Por desgracia la anorexia cada vez aparece en chicas más jóvenes. Las principales víctimas de este mal son adolescentes de entre 12 y 18 años, aunque ya se tratan casos de niñas de 9 y 10 años, pertenecientes a familias de clase media. Estudios recientes desvelan que la cuarta parte de los adolescentes de 13 años ya ha hecho o intentado hacer algún tipo de dieta. La familia juega un papel primordial primero para detectar la enfermedad y luego para combatirla, aunque lo mejor es prevenirla. Para ello se debe crear un clima de comunicación entre los componentes de la familia que prepare al adolescente ante los cambios que va a experimentar su cuerpo y permitir de esta forma que este exprese sus temores y dudas. La anorexia es patrimonio casi exclusivamente de los países del primer mundo, por lo que tiene un profundo componente social. La no aceptación de su cuerpo, el rechazo por parte de los demás, cambios de colegio, de pandilla o desengaños amorosos pueden provocar estos trastornos alimenticios. Existen dos tipos de anorexia: la restrictiva y la purgativa. En la primera se evita comer mientras que en la segunda, además de comer pocas cantidades se provoca su expulsión del cuerpo mediante vómitos o laxantes. Los padres deberán estar atentos a las señales que alertan de la posible existencia de un trastorno alimenticio como pérdida de peso, bajada en el rendimiento escolar, aislamiento, cambios de humor, excesiva atención a la imagen, peso y calorías ingeridas… Aunque muchos de estos comportamientos son habituales en esta edad (la llamada edad del “pavo”) se debe vigilar que no se prolonguen en el tiempo, si esto ocurre acudir inmediatamente a un profesional. Basta con acudir al médico de cabecera para que este detecte el problema y derive su tratamiento a otro tipo de profesionales como pueden ser los endocrinos, psicólogos o psiquiatras. El papel de la familia es básico para prevenir este mal, detectarlo y curarlo. Los casos de anorexia afectan a 10 chicas por cada varón. Imagen sujeta a licencia CC de Ibm 4381 Por desgracia la anorexia cada vez aparece en chicas más jóvenes. Las principales víctimas de este mal son adolescentes de entre 12 y 18 años, aunque ya se tratan casos de niñas de 9 y 10 años, pertenecientes a familias de clase media. Estudios recientes desvelan que la cuarta parte de los adolescentes de 13 años ya ha hecho o intentado hacer algún tipo de dieta. La familia juega un papel primordial primero para detectar la enfermedad y luego para combatirla, aunque lo mejor es prevenirla. Para ello se debe crear un clima de comunicación entre los componentes de la familia que prepare al adolescente ante los cambios que va a experimentar su cuerpo y permitir de esta forma que este exprese sus temores y dudas. La anorexia es patrimonio casi exclusivamente de los países del primer mundo, por lo que tiene un profundo componente social. La no aceptación de su cuerpo, el rechazo por parte de los demás, cambios de colegio, de pandilla o desengaños amorosos pueden provocar estos trastornos alimenticios. Existen dos tipos de anorexia: la restrictiva y la purgativa. En la primera se evita comer mientras que en la segunda, además de comer pocas cantidades se provoca su expulsión del cuerpo mediante vómitos o laxantes. Los padres deberán estar atentos a las señales que alertan de la posible existencia de un trastorno alimenticio como pérdida de peso, bajada en el rendimiento escolar, aislamiento, cambios de humor, excesiva atención a la imagen, peso y calorías ingeridas… Aunque muchos de estos comportamientos son habituales en esta edad (la llamada edad del “pavo”) se debe vigilar que no se prolonguen en el tiempo, si esto ocurre acudir inmediatamente a un profesional. Basta con acudir al médico de cabecera para que este detecte el problema y derive su tratamiento a otro tipo de profesionales como pueden ser los endocrinos, psicólogos o psiquiatras. El papel de la familia es básico para prevenir este mal, detectarlo y curarlo. Los casos de anorexia afectan a 10 chicas por cada varón. Imagen sujeta a licencia CC de Ibm 4381
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