Dicha vitamina participa en la síntesis de DNA, que transmite los caracteres genéticos y del RNA, necesario para la formación de proteínas y otros organismos celulares, aunque también participa en otros procesos que afectan al corazón, a la formación del feto y al sistema nervioso.


Cuando existe deficiencia de esta vitamina aparecen los siguientes síntomas como la anemia megaloblástica, palidez, adelgazamiento, debilidad, falta de apetito, náuseas, depresión, diarrea, taquicardias, falta de memoria y mal humor, entre otros.
Hay personas con necesidades especiales de ácido fólico, como los ancianos, embarazadas, lactantes, personas que fuman, personas que beben alcohol, personas con evacuaciones frecuentes, como la colitis o la Enfermedad de Crohn o aquellas que toman ciertos medicamentos como anticonceptivos, medicamentos para el cáncer, artritis, somníferos o enfermedades inflamatorias.
El ácido fólico se puede obtener de fuentes de origen animal, como el hígado de pollo y de ternera; legumbres, como cacahuetes, garbanzos, lentejas, alubias, soja, fríjoles, habas o guisantes; cereales integrales, como arroz, avena, maíz, germen de trigo; verduras verdes, como acelgas, espinacas, lechuga, endivias, coles o brócoli, espárragos y frutas, como el melón, aguacate, plátano y naranja.
En circunstancias especiales, cuando la dieta no puede cubrir las necesidades diarias individuales, será necesario suplementar con ácido fólico, unos 400 mcg, combinados con 1000 mcg de vitamina B12, ya que el ácido fólico hace disminuir los niveles de esta vitamina.
Las cocciones prolongadas, las comidas precalentadas y aquellos alimentos conservados a temperatura ambiente, hacen que el ácido fólico contenido en dichos alimentos disminuya hasta en un 70%, por lo que será mejor consumir los alimentos crudos, al vapor, cocinados diariamente y conservados en la nevera, para poder extraer el mayor contenido de ácido fólico de los mismos.
Fuente Imagen: jlastras/flickr
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